Mire, si
usted me pregunta, yo le doy mi opinión: esas chicas, Marcela Núñez y Cristina Ramírez, se conocían desde hace
muchos años. También sé que juntas fueron a la escuela primaria, a la
secundaria y al viaje de egresados.
Eso es todo lo qué sé. Y
lo sé porque me lo contaron ellas mismas cuando se mudaron al cuartito del
fondo, ese que arreglé para alquilar y así ganarme unos pesitos. Me dijeron que
eran amigas. Del interior. No recuerdo si de Chacabuco o de Chascomús. A mí
edad las cosas se confunden. Mí nieta siempre me dice: “abuela no se dice almóndiga,
se dice…”, bueno a mí no me sale, yo sigo diciendo almóndiga, aunque ella se
enoje.
Le decía, Marcela, la
más alta de las dos, era rubia, tan rubia que el pelo parecía blanco, casi tan blanco como el mío,
aunque el mío es por las canas, en cambio el de ella era blanco de tan rubio. Era
la más charlatana y la más educadita. Digo porque siempre saludaba: “Buenos
días señora, adiós doña Catalina”. Así siempre. Cuando llegaban o cuando se
iban. La otra, Cristina, era más calladita. De pelo cortito. Siempre de
pantalón. En todo el tiempo que vivieron aquí nunca la vi con pollera. A la
otra sí, a Marcela sí, se ponía unas minifaldas que madre de todos los Santos.
No digo que Cristina no era educadita, pero como siempre se tiene más afinidad
con unas personas que con otras. Y la verdad a mí me caía mejor Marcela. Cosas
de vieja, ¿no?
Tiempo después le
confesaron a doña Luisa, la mujer que tiene un almacencito en la otra cuadra, pobre
mujer la dejó el marido con dos chicos chiquitos, vio que cuando un hombre se
calienta con una piba no le importa nada. Le decía que le dijeron que eran
primas y que vinieron a Buenos Aires a estudiar. Esto lo sé porque me lo contó
ella, doña Luisa, ¿me explico?
Pancho, el carnicero, que entre nosotros le cuento que tiene una carne de primera y muy
barata, yo le compro hace años. Le decía que siempre me decía que para él
andaban en algo raro. “¿Raro, como qué?”, le pregunté. “Raro, usted me entiende
doña Catalina”. La verdad yo no lo entiendo...
Un día me puse a
observarlas con mayor atención. Por ejemplo a qué hora salían, a qué hora
volvían, si salían solas o las venía a buscar alguien. Qué se yo…, detalles, ¿vio? Yo no ví ni oí nada extraño. Salvo
una tarde que llegaron tomadas de la mano. Pero eso no tiene nada de extraño.
Con doña Olga, pobrecita que tiene las piernas duras y los médicos no le
encuentran nada, estos doctores de ahora no saben nada. A mí me atiende el
doctor Wash, ese sí que sabe, pero los demás…,le decía que cuando vamos a misa con
doña Olga nos tomamos del brazo. Es que nos da miedo caernos en la calle. ¿Se
imagina el papelón que haríamos las dos
despatarradas en el piso? Ella por sus piernas, yo con mis mareos. El doctor
Wash dice que puede ser la vista, o la cervical, o la presión, la cosa es que
yo vivo mareada.
O esa otra noche cuando
pasé por el cuartito, después de colgar unas medias en el fondo, y las oí hablar de una tijera. Estuve a punto
de golpearles la puerta y ofrecerles una, pero me contuve. No quería que
dijeran que soy una vieja metida. Al día siguiente no aguanté y les pregunté si
se habían arreglado sin la tijera, se miraron y se rieron: “Gracias doña
Catalina, ya nos arreglamos, por suerte encontramos una”, me dijo la más linda,
Marcela. Y se volvieron a reír.
Siempre andaban juntas.
Y solas. Rara vez se las veía con alguien. Se ve que aquí no tenían parientes,
ni amigos.
Ahora que me acuerdo, una vez vinieron con un hombre. Un tipo
más grande que ellas. Muy buen mozo. Alto, canoso y muy bronceado. Me hizo acordar
a mí Adalberto, mí marido, era zapatero, ¿sabe?, pobre, que Díos lo tenga en la
gloria. Estacionó el coche acá enfrente. Qué lindo auto. Negro. Debe haber sido
cocinero o algo por el estilo porque cuando fui para el fondo, al gallinero a
buscar unos huevos, oí que hablaban de tortas y tortillas y se reían mucho.
Especialmente Marcela que tenía una risa muy particular, como el ruido que
hacen las hienas, ¿me explico?
Esa fue una de las
últimas veces que las vi.
Ayer Cristina se tiró abajo del tren. Pobrecita. Parece que vio
o escuchó algo que no le gustó. Eso dicen en el barrio, pero vio como es la
gente, siempre hablando al cuete.
¿La otra?, ¿Marcela? Está
destruida. Me comentó que se vuelve a su pueblo, que no quiere saber más nada
de Buenos Aires, ni de los hombres, ni de nada.
Bueno oficial, ¿alguna
otra pregunta? ¿No? Entonces lo dejo, cualquier cosita que necesite ya sabe
dónde encontrarme. Tengo que ir a comprar el pan, esta Laura es terrible, Laura
es la panadera, a la una en punto baja la cortina y sí te he visto no me
acuerdo...
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